Solemnidad de la Santísima Trinidad

En este domingo celebramos el misterio insondable de la naturaleza trinitaria de nuestro Dios; un solo Dios en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El misterio de la Trinidad es misterio no porque no sepamos nada al respeto, sino porque nunca lograremos entenderlo completamente. En esta semana oremos para que el Espíritu nos guíe a la verdad completa, a la verdad de nuestra fe en un solo Dios en tres personas.

“El Señor me poseía desde el principio, antes que sus obras más antiguas.”


En este domingo celebramos el misterio insondable de la naturaleza trinitaria de nuestro Dios; un solo Dios en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la primera lectura del libro de Proverbios vemos la revelación de la Sabiduría de Dios siendo personificada; es decir, la sabiduría de Dios tiene características de una persona. Vemos como la Sabiduría de Dios es diferente a Dios (“Dios me creó”) pero al mismo tiempo comparte las características divinas: estaba con Dios en la creación, preexistente con él. Esto nos recuerda a la manera en que San Pablo nos da testimonio de su fe en Cristo en el bellísimo himno cristológico de la Carta a los Colosenses, capitulo 1, donde nos dice:
Cristo es la imagen visible de Dios, que es invisible; es su Hijo primogénito, anterior a todo lo creado.  En él Dios creó todo lo que hay en el cielo y en la tierra, tanto lo visible como lo invisible, así como los seres espirituales que tienen dominio, autoridad y poder. Todo fue creado por medio de él y para él. Cristo existe antes que todas las cosas, y por él se mantiene todo en orden. (Col 1:15-17)
Este pasaje nos describe también como la creación es producto de la Sabiduría de Dios. Esto nos indica que todo tiene su razón de ser. Dios no crea por azar, sino por su Sabiduría. Que esta fiesta nos lleve a profundizar nuestro amor a Dios trino.

“Por él, podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios.”

La segunda lectura de este domingo de la Santísima Trinidad proviene de la Carta de San Pablo a los Romanos, escrito de gran contenido teológico. Y es que esta comunidad de Cristianos en Roma no había sido fundada por él, por eso de cierta manera Pablo comparte mas extensivamente su enseñanza con ellos. En este pasaje San Pablo nos escribe de manera sublime como las tres virtudes teológicas de fe, esperanza y caridad trabajan para nuestro crecimiento en la fe. La fe la hemos recibido por la justificación; es decir, el proceso por el cual , gracias a la muerte y Resurrección de Jesucristo, recibimos la gracia y nuestra relación con Dios fue reparada. Esta fe, nos dice San Pablo, nos da la esperanza, que es lo que nos da la certeza de alcanzar lo que anhelamos, la unión eterna con Dios en el cielo. La caridad es el amor de Dios derramado por su Santo Espíritu sobre su Iglesia en Pentecostés. Este amor es el poder que Dios nos da para poder practicar las otras dos virtudes. Nos hacen falta palabras para agradecerle a nuestro Dios la superabundante manera en que nos manifiesta su amor misericordioso. Nos creo para conocerle, y al rechazarlo nos mando a su Hijo amado para salvarnos. Para fortificarnos en la misión nos mando su Santo Espíritu. ¡Bendito sea nuestro Dios trino por siempre!

“Él los irá guiando hasta la verdad plena.” – Juan 16:13


En el evangelio de Juan, Jesús nos enseña un poco de la enseñanza sobre la Trinidad:un sólo Dios en tres personas. El Espíritu glorifica al Hijo y recibe de lo propio del Hijo (comparte su divinidad). La divinidad de Jesús es aquí declarada: “todo lo que tiene el Padre es mío.” El Espíritu de verdad es el que nos guía hacia la verdad completa, como Jesús aquí nos promete. Por eso nos dice San Pablo en su primera carta a los Corintios “tampoco puede decir nadie: ‘¡Jesús es Señor!’, si no está hablando por el poder del Espíritu Santo.” El Espíritu Santo es el que nos da la fuerza para declarar nuestra fe. En este domingo que contemplamos el misterio de la Santísima Trinidad nos apoyamos en la enseñanza de la Iglesia que nos dice que
La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “la Trinidad consubstancial”. Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”. “Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina”(CIC 253).
El misterio de la Trinidad es misterio no porque no sepamos nada al respeto, sino porque nunca lograremos entenderlo completamente. En esta semana oremos para que el Espíritu nos guíe a la verdad completa, a la verdad de nuestra fe en un solo Dios en tres personas.

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