Segundo Domingo de Adviento-Lecturas y Reflexion

Diciembre 9, 2012
II Domingo de Adviento, Ciclo C.
Baruc 5, 1-9;
Filipenses 1, 4-6.8-11;
Lucas 3, 1-6
Juan el Bautista, profeta del Altísimo

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Baruc 5, 1–9
Dios mostrará su esplendor sobre ti
Quítate tu ropa de duelo y de aflicción, Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios, cúbrete con el manto de la justicia de Dios, coloca sobre tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu resplandor a todo lo que existe bajo el cielo. Porque recibirás de Dios para siempre este nombre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”. Levántate, Jerusalén, sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente: mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente por la palabra del Santo, llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos. Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos gloriosamente como en un trono real. Porque Dios dispuso que sean aplanadas las altas montañas y las colinas seculares, y que se rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. También los bosques y todas las plantas aromáticas darán sombra a Israel por orden de Dios, porque Dios conducirá a Israel en la alegría, a la luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia.

Salmo Responsorial
Salmo 126 (125), 1–6
R. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones. R.
Hasta los mismos paganos decían: “¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!”. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones. R.
El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. R.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 1, 4–11 Serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo
Hermanos: Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora. Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús. Y es justo que tenga estos sentimientos hacia todos ustedes, porque los llevo en mi corazón, ya que ustedes, sea cuando estoy prisionero, sea cuando trabajo en la defensa y en la confirmación del Evangelio, participan de la gracia que he recibido. Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús. Y en mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo. llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.

Aleluya: Lucas 3, 4. 6
“Aleluya. Aleluya. Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Todos los hombres verán la Salvación de Dios. Aleluya.”

Evangelio
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 1–6
Todos los hombres verán la Salvación de Dios
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios”.
Palabra del Señor.

Comentario

La primera lectura es del profeta Baruc, quien era el “secretario” de Jeremías, y paso entonces por muchos de los sufrimientos de los sufrió también Jeremías. Aquí en el quinto capitulo nos describe la alegría que se desbordaría con el regreso de los exiliados a Jerusalén. Se acabó la tristeza, fuera ya las vestimentas de aflicción, los sacos penitenciales, para ahora vestirse con los vestidos de gala! Se revisten de justicia, con su liberación se les ha hecho justicia, y hay paz traída por la justicia. En el v. 5 se le invita a toda Jerusalén a salir a recibir a sus hijos. Salieron exiliados a pie, pero ahora regresan en gloria, montados en un baldaquino (trono móvil, como el que usaba el papa antes). Hasta la tierra misma facilita este proceso: el monte se rebaja, y arboles salen a darles sombra. Este es el mismo gozo que hay en el cielo cuando “regresan” a la amistad con Dios los pecadores. Y esto es posible con la venida de Jesús, evento que nos estamos preparando a celebrar.
En la segunda lectura, San Pablo nos muestra ese cariño y esa preocupación que siempre tuvo para las Iglesias que había fundado. Desde el momento de su conversión, su única preocupación fue eso que nos habla en la segunda lectura: difundir el Evangelio. Esto es un tópico bastante corriente el día de hoy donde el santo padre Benedicto XVI nos llama a entregarnos a esta nueva Evangelización, que no es sino lo mismo que hacia Pablo aquel entonces: proclamar la Buena Nueva, la razón de nuestra esperanza que es Jesús, enviado por el Padre para nuestra salvación. Nos dice san Pablo que reza para que la obra que fue empezada fuera completada, y es que esto es un proceso para la mayoría de nosotros: a diferencia de san Pablo que recibe la gracia de una conversión inmediata, para nosotros es un proceso de poco a poco acercarnos al Señor. Por eso en otras cartas Pablo se refiere a este proceso de conversión como una carrera. La Nueva Evangelización comienza con nosotros, con el mirar interiormente nuestro corazón y discernir en que estado se encuentra nuestra relación con Dios.
El Evangelio de este domingo se ocupa por entero de la figura de Juan el Bautista. Desde el momento de su nacimiento, Juan el Bautista fue saludado por su padre Zacarías como profeta: «Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Lc 1, 76).

El Evangelio nos habla de Juan el Bautista, que es el último profeta del Antiguo Testamento, del periodo antes de la llegada de Cristo. Llamado “el mayor de los profetas” por Lucas (Lc 7:28). Es profeta del molde de los profetas antiguos, predicando contra la opresión y contra la injusticia. Como de costumbre, Lucas nos muestra en este pasaje que la manera en que obra Dios es muy diferente a la manera de obrar de los hombres. Lucas nos da una lista de los gobernantes, de las personas de influencia y de poder en ese entonces. Sin embargo, Dios no se manifiesta a ellos, sino que “Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.” Dios no elige a algún rey o persona importante para dirigirle la Buena Nueva, sino a un desconocido profeta que, haciendo a un lado el velo que nos da el mundo, nos apunta hacia Jesús, el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.” Así como el profeta, debemos de mantener las dos cosas juntas: el compromiso con la justicia social, y el anuncio del Evangelio. El Evangelio de Cristo debe llevarnos a luchar por los desamparados, para así hacer nuestra parta para que se establezca el reinado de Dios en la tierra, y así “todos los hombres verán la Salvación de Dios.”

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