Reflexiones de Cuaresma de Santo Tomás Aquino-Día 12

Segundo domingo de Cuaresma
DIOS PADRE ENTREGÓ A CRISTO A LA PASIÓN
El que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros (Rom 8, 32).
Cristo padeció voluntariamente por obediencia al Padre. Por consiguiente, Dios Padre entregó a Cristo a la Pasión en tres conceptos:
1º) Según que en su eterna voluntad preordenó la Pasión de Cristo para liberación del género humano, conforme a aquello que dice Isaías: Cargó el Señor sobre él la iniquidad de todos nosotros (53, 6), y más adelante: El Señor quiso quebrantarle con trabajos (Ibíd., 10).
2º) En cuanto le inspiró la voluntad de padecer por nosotros, infun- diendo en él la caridad, por la que quiso padecer. Por lo cual el Profeta continúa: Él se ofreció porque él mismo lo quiso (Ibíd., 7).
3º) No protegiéndole en la Pasión, sino exponiéndole a sus perse- guidores, por lo que se lee en San Mateo (27, 46) que estando Cristo colgado en la Cruz, decía: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?, es decir, que lo expuso al poder de sus perseguidores.
Es impío y cruel entregar a un hombre inocente a la pasión y a la muerte contra su voluntad, como obligándole a morir. Mas Dios Padre no entregó así a Cristo, sino inspirándole la voluntad de padecer por nosotros; en lo cual se muestra la severidad de Dios, que no quiso perdonar el pecado sin la pena; eso hace notar el Apóstol cuando dice: A su propio Hijo no per- donó (Rom 8, 32). Pero Dios muestra su bondad en cuanto que, no pudiendo el hombre satisfacer suficientemente por medio de alguna pena que él mismo sufriese le dio uno que satisficiera por él; lo cual indicó el Apóstol diciendo: lo entregó por todos nosotros (Rom 8, 32), y A quien (es decir, a Cristo) Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre (Rom 3, 25).
La misma acción es juzgada de diversa manera en el bien o en el mal, según que proceda de diversa raíz. El Padre entregó a Cristo, y éste se entregó por amor, y por eso ambos son alabados; mas Judas lo entregó por avaricia; los judíos, por envidia; Pilatos, por el temor mundano con que temió al César, y por eso todos ellos son vituperados.
(3ª, q. XLVII, a. 3).
Así, pues, Cristo no fue deudor de la muerte por necesidad; sino por
amor a los hombres, en cuanto que quiso la salvación humana; y por amor a Dios, en cuanto quiso cumplir su voluntad, como dijo el mismo Cristo: Mas no como yo quiero, sino como tú (Mt 26, 39)
(2ª, Dist. 20, q. I, a. 5)
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