Este es el Cordero de Dios-2o. Domingo Ordinario

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En la primera lectura del profeta Isaías tenemos el llamado del siervo del Señor, identificado aquí con su pueblo Israel. Este llamado es un eco definitivo del llamado que se escucha en el bautismo de Jesús: “este es mi hijo amado, en quien me complazco.” En este caso se escucha “tu eres mi siervo en quien me gloriaré.” La identidad del siervo puede también ser el profeta mismo, ya que se menciona su misión como la restauración de Israel. Así como otros personajes en la Biblia como el profeta Jeremías, San Pablo, y Jesús mismo, este siervo de Dios también fue llamado desde el seno maternal. Si aplicamos esta lectura a nosotros mismos podemos ver que desde siempre Dios tiene un plan para nosotros – desde antes de nacer ya nos conocía y nos tenía destinados para su servicio. No incluye este pasaje litúrgico la queja del profeta en el versículo 4, ante la cual el Señor responde que es poco esto de restaurar al pueblo, también lo volverá “luz para las naciones.” Luz de las naciones, guiando a todos los pueblos a conocer a Dios como un faro de luz guía los barcos a su destino.
En la segunda lectura tenemos el saludo inicial de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios. Leemos en los Hechos de los apóstoles que San Pablo fundó esta iglesia en su segundo viaje misionero junto con Silas. Esta ciudad era bastante importante en aquellos tiempos ya que era un importante centro comercial. En esta introducción Pablo nos dice que él fue llamado por Cristo, y fue llamado para ser apóstol, por eso ahora él llama a otros a el Señor. Nos dice también Pablo quienes son los miembros de la Iglesia: los santificados en Cristo Jesús, los llamados a ser santos, los que invocan el nombre de Jesucristo. Y estos son los bautizados, ya que por el bautismo reciben ellos y recibimos nosotros la gracia santificante, nos unimos a Jesús como sarmientos a la vid. Somos los llamados a ser santos, ya que por esta fe que recibimos en el Bautismo estamos llamados a la perfección en nuestras vidas. Y los que invocan el nombre de Jesús somos los que oramos glorificando y alabando el precioso nombre de Jesús. A ellos, y a nosotros, nos desea esta paz que proviene de vivir siguiendo la voluntad de Dios.
El evangelio de este domingo lo podemos imaginar como una obra teatral. Después del prólogo, Juan el Bautista ha sido el carácter principal de la obra. Ahora hay un cambio de escenario, y Juan introduce al protagonista diciendo: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” Estas palabras están impregnadas de significado. El cordero nos remonta a los eventos de la salida de Egipto en el libro del Éxodo, evento que está marcado por el sacrificio del cordero pascual. Estas palabras nos recuerdan también a las palabras del profeta Isaías comparando los sufrimientos del siervo del Señor al sacrificio de un cordero (Isaías 53,7). Nos recuerda a todos los sacrificios realizados en la Antigua Alianza. Como sabemos, todo esto era para prefigurar al que ahora es identificado como el Cordero de Dios, quien con su sacrificio restaura nuestra relación con Dios al perdonar nuestros pecados. Hermanos y hermanas, las lecturas de esta semana nos hablan del testimonio que debemos dar. El profeta es luz para las naciones. Pablo es enviado para predicar la Buena Nueva. Juan el Bautista es el último de los profetas, a quien se le concede ver al Mesías anhelado, y de eso da
testimonio. Nosotros los bautizados que hemos recibido el don de la gracia santificante también recibimos este mandato de dar testimonio. Es característica esencial del cristiano el compartir y dar testimonio de nuestra fe. En esta semana reflexiona y pregúntate: ¿cómo vivo mi fe? ¿Doy acaso testimonio del amor de Dios en mi vida? Siempre podemos hacer más para vivir mejor nuestra fe. Oremos para que Dios nos fortalezca para nuestra misión de dar testimonio de él.
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