Dame de Beber-3er Domingo de Cuaresma

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La primera lectura describe el pasaje donde el pueblo de Dios, recién liberado de Egipto, murmura contra Dios al padecer sed. Ante esta dificultad inicial se le olvida al pueblo los grandes prodigios que el brazo poderoso de Dios había realizado en su favor para liberarlos de Egipto. El Señor les demuestra con otro prodigio su amor y su cuidado para con ellos. Dios ordena a Moisés golpear una roca con su cayado y al hacerlo brota agua abundante para saciar la sed del pueblo. Este pasaje nos recuerda lo que sucede con Jesús, nuestra roca de la salvación, al ser golpeado su costado: brota su sangre y agua. Su sangre que es la Eucaristía es alimento para nosotros, mientras el agua del bautismo nos purifica y nos da la salvación. Un par de mensajes que podemos derivar de este pasaje en esta Cuaresma – también tu te puedes preguntar en los momentos difíciles que causan duda: ¿porqué me sacaste de Egipto?, ¿porqué me sacaste de mi vida pasada de pecado, para seguirte a ti? Y el segundo es la respuesta – así como Dios proveyó de todo para su pueblo, así también Dios cuida de ti que has salido de la vida del pecado. Basta que como Moisés nos volvamos hacia Dios y le dirijamos nuestras necesidades en oración.
En la segunda lectura San Pablo nos ofrece una meditación en las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. Estas tres virtudes actúan en nosotros para ayudarnos a crecer en la vida de gracia y nos dan los frutos de la paz, la confianza en las promesas de Dios, y ultimadamente nos permiten el tener en esta vida una porción de la vida misma que Cristo nos abrió por su muerte en la cruz. Y la grandeza del amor que Dios nos extiende es inimaginable, ya que Dios nos amó a nosotros, aun sin merecerlo, aun siendo pecadores, como San Pablo nos explica. Dios no tomó en cuenta nuestra debilidad, ni nuestros pecados tan grandes. Sin medir nada Dios nos mandó a su hijo único Jesucristo para salvarnos. Y nosotros, ¿cómo respondemos a este amor? Que no se nos acuse de ingratitud en el día del juicio hermanos y sepamos responder con amor al amor que Cristo nos muestra.
En el evangelio de este domingo la Iglesia nos invita a reflexionar en el conocido pasaje de Jesús en el pozo de agua con la mujer samaritana. Hasta este momento en el evangelio, Juan nos ha compartido el sublime prólogo que comienza con las palabras “en el principio ya existía la Palabra,” nos ha compartido la introducción de Jesús por Juan el Bautista como el Cordero de Dios, vimos el llamado de los primeros discípulos, el primer signo en la Boda de Caná, el pasaje de Jesús y Nicodemo, y ahora tenemos a Jesús y la mujer de Samaria. ¡Que grande es la palabra de Dios! Para entender este pasaje tenemos que saber algo que sería conocido para los lectores originales. Cuando un pasaje en la Biblia habla de una mujer y un pozo de agua siempre tiene que ver con encontrarse a un esposo – como por ejemplo podemos ver con el siervo de Abraham que se encuentra a Rebeca en una situación similar. Pero aquí no se trata de la misma convención literaria, con Jesús hay algo nuevo. De toda la inmensa riqueza de este pasaje quisiera apuntarte a la progresión que se realiza en la mujer al conocer a Jesús. Durante la conversación con Jesús, la mujer pasa de verlo como un judío más, a verlo como un maestro, luego como un profeta, y finalmente a reconocerlo como el mesías, el salvador del mundo. Así es nuestra vida de fe muchas veces. Quizás vemos a Jesús como un buen hombre, o tal vez como un gran maestro o gurú. Hay que entrar en relación con él a través de la oración y reforzada por los sacramentos para poder reconocerlo por quien realmente es: el Hijo de Dios vivo. En esta semana continuemos nuestra preparación cuaresmal para celebrar con alegría y agradecimiento la Resurrección de Jesucristo nuestro Señor.
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