María, fiel discípula-4o.Domingo de Adviento

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En este ultimo domingo de Adviento, el Evangelio nos apunta hacia nuestra madre María, en su papel como fiel discípula de Jesús, comunicando la alegría de la  venida del Señor a su parienta Isabel

“De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”

En la primera lectura de este cuarto domingo de Adviento, el profeta Miqueas nos escribe que aunque Belén es de las más pequeñas de las aldeas, de ahi saldría un rey de Israel. Los habitantes de Belén procedían de Efratá, en la tribu de Benjamín, al norte de Jerusalén. De ahí que el profeta puntualice Belén de Efratá, quizás para distinguirlo de otro pueblo con el mismo nombre. A pesar de su poca importancia y su pequeñez, de Belén saldría un gran jefe. Y esto nos demuestra una de las más grandes paradojas de Dios, porque Dios trabaja de manera diferente que nosotros. El salvador vendría de un lugar humilde, de manera silenciosa, que pasa desapercibido a los ojos del mundo. Los ojos del mundo lo buscaban en los ricos, en los poderosos. Vemos en el evangelio de Mateo cómo la gente de Jerusalén se ven sorprendidos ante la noticia de los reyes magos de que había nacido un gran rey. Nuestro Dios es un Dios que ama a los pobres, a los humildes, como nos dice la virgen Maria en su cántico de Magníficat: el enaltece a los humildes y humilla a los poderosos.

 

“Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad.” – Hebreos 10:7

Con la celebración de la navidad ya muy cerca, seguramente has estado ocupado o ocupada en obtener algunos regalos para tus seres queridos. Alguna vez te has preguntado, ¿qué regalo le puedo dar a Dios? ¿Qué le podemos dar nosotros a Dios, que todo lo tiene? Si nos detenemos a pensarlo, quizás podríamos llegar a la conclusión que lo único que le podemos dar es nuestro propio ser. Esto es, en otras palabras, lo que nos enseña el autor de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura de este domingo. Lo que Dios quiere no son ni holocaustos ni sacrificios, sino nuestra voluntad completamente conformada a la suya. Los antiguos también habían llegado a la misma conclusión, que se tenía que ofrecer lo más valioso a Dios. En la oscuridad del pecado optaron por hacer sacrificios humanos, que Dios corrigió en su revelación para el pueblo De Dios. A ellos Dios les mandó a hacer sacrificios, pero de animales. Finalmente, Jesucristo nos revela que todo esto llega a su culmen en su único sacrificio. Él nos revela que lo que Dios quiere es el sacrificio, no de nuestra vida mortal, sino de nuestra voluntad. En estos días de preparación, tomemos el propósito de entregar nuestra voluntad completamente a Dios.

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! – Lucas 1:42

En nuestra fe honramos de manera especial a la Virgen María. La Iglesia reconoce el lugar privilegiado que tiene ella en nuestra redención. Ella fue escogida para albergar en su seno al tan esperado Mesías. Su “fíat” – su respuesta “hágase en mí según tu palabra” desencadena la historia de la salvación. Al nosotros profesar en fe que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre también reconocemos a María como Madre de Dios. Para prepararla para esta misión, y por los méritos de su hijo, Dios le concede a María el singular don de ser concebida sin la mancha de pecado original, lo que celebramos en la Inmaculada Concepción. En el evangelio de este domingo tenemos dos expresiones que apoyan estas verdades de nuestra fe. Primero, Isabel la llama “bendita entre las mujeres.” Como es bendito su hijo, ella es también lo es. La otra expresión: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” contiene la realidad de la maternidad divina de María. En estos días de preparación para la navidad, imitemos la fe y la humildad de María, que con su propia fe le dio paso a la venida de nuestro salvador.

Lecturas de Esta Semana: https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/121921.cfm

 

 

 

 

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