La humildad en la Oración-30 Domingo Ordinario Ciclo C

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En las lecturas de esta semana nuestro Dios quiere recordarnos la importancia de la humildad en la oración. Pidamos a Dios un corazón humilde para que nuestra esperanza esté centrada en él y no en nuestras cualidades.
La primera lectura de este domingo continua la trama de las lecturas de la semana pasada con el tema de la persistencia ante un juez, pero esta vez Dios es el juez. En contraste con el mal juez del domingo pasado, el Señor es el prototipo buen juez que no se deja llevar por las apariencias o por la posición social de los que están siendo juzgados. Los jueces terrenales pueden caer en la tentación de ser sobornados por los ricos para detrimento de los pobres, pero no es así con nuestro Dios. El no menosprecia al pobre, sino mas bien escucha al humilde. Unido a la enseñanza de la persistencia en la oración, este pasaje nos enseña que la oración debe hacerse en humildad ya que la humildad impulsa nuestras oraciones hacia el cielo.
En la segunda lectura San Pablo ve como inminente el momento de su muerte. Su labor apostólica le permite comparar a su muerte con una libación, que es una ofrenda donde se derramaba alguna bebida en culto a los dioses. Su muerte al servicio del Reino es como un sacrificio ofrecido a Dios por nuestro beneficio. La vida cristiana es como una larga carrera, y llegar al cielo es llegar a la meta. En las olimpiadas se les entregaba a los victoriosos una corona de laureles, que es lo que aquí San Pablo compara con el triunfo de llegar a su meta. También aquí la segunda lectura tiene lenguaje jurídico, con el Señor como justo juez que lo juzgara rectamente.
La segunda parte de este pasaje habla de la soledad experimentada por el apóstol en la parte inicial de algún juicio en que él se encontraba envuelto. Nadie estuvo presente para atestiguar a su favor, sin embargo el Señor que lo envió en esta su misión es el que lo habilita para su ministerio. San Pablo, al igual que Jesús y Esteban, ora por aquellos que se le opusieron. La convicción de Pablo de que Dios lo libraría de todo mal se refiere no a evitar su muerte, sino a la gracia de Dios de resistir toda tentación, así como la gracia de la perseverancia al final de la vida.
Con el pasaje del Evangelio de Lucas de este domingo, Jesús y su Iglesia continúan su enseñanza sobre la oración. Como hemos estado aprendiendo, la oración debe ser persistente y llena de fe y confianza en Dios. A esto hoy le añadimos que la oración debe de ser humilde. Dios rechaza la oración del fariseo porque esta llena de egoísmo (¡“te doy gracias porque no soy como los demás”!) y está centrada en sí mismo. El que se cree bueno, como el fariseo, no tiene necesidad de Dios. Por el contrario, la oración del pecador publicano es una donde se reconoce como pecador. Mas el que es humilde y reconoce su pecado puede darle entrada a Dios, y Dios por su parte es incapaz de negar la petición hecha por un corazón humilde. Por eso debemos examinar nuestro corazón para no caer en la tentación del fariseo y creernos buenos. No podemos creernos mejores porque somos misioneros o maestros o evangelizadores y otros no. Nuestro sentimiento al participar en estos apostolados debe ser uno de profundo agradecimiento y humildad al reconocer que Dios nos acoge, aun sin ser dignos. El mensaje del evangelio es constante: debemos ser humildes, porque Dios eleva al humilde y rebaja al orgulloso. En esta semana pidámosle a Dios nos de una propia valoración de nuestra persona y que no nos permita volvernos de corazón duro como el fariseo.
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