La Misericordia del Padre-24o Domingo Ordinario Ciclo C

En las lecturas de esta semana la Iglesia nos muestra el amor misericordioso del Padre, que busca siempre salvarnos del pecado en el que estamos envueltos.

En la primera lectura del libro del Éxodo somos testigos del pecado del pueblo. No podemos jactarnos nosotros de ser mejores que ellos. Si habían sido liberados por Dios de la esclavitud de Egipto. Si habían presenciado su brazo poderoso al derrotar a las huestes del faraón. Pero igual somos nosotros. También nosotros nos hemos beneficiado de su gracia liberadora que por el bautismo nos ha salvado de la esclavitud del pecado. También nosotros hemos presenciado de sus obras en nuestras vidas. Nuestro pecado es aun peor, ya que nosotros conocemos al Mesías. El pecado de Israel es el querer tomar las riendas de nuestras vidas sin confiar en Dios. Lo mismo hacemos nosotros buscando nuestra felicidad, nuestra razón de ser fuera de Dios. Pero no todo está perdido. El pueblo tiene a Moisés, que como todo profeta intercede a favor del pueblo y gana la salvación del pueblo renovando la alianza con Dios. Esto nos debe alentar a también orar en intercesión por los hermanos, ya que la oración conmueve el corazón de Dios. Tampoco está nuestra causa perdida, ya que nosotros tenemos la gracia de tener a Jesús, el nuevo Moisés, quién también intercede ante Dios por nosotros y quien establece la nueva y definitiva alianza sellada con su sangre derramada como sacrificio en la cruz.

En la segunda lectura oímos de la misericordia de Dios que transformó a Pablo de ser un gran pecador a ser ahora un apóstol del Señor. Quisiera que se nos quedaran bien grabadas las palabras del versículo 15 de este primer capítulo: “Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo.” Queda encapsulado en estas palabras el fundamento de nuestra fe, el plan de Dios para la redención del mundo que es el propósito de la venida de Jesús. Vino a salvar a los pecadores, vina a salvarnos. San Pablo también nos expresa la humildad necesaria para encontrar a Cristo. “Jesús vino a salvar a los pecadores y el primero de ellos soy yo.”  Si yo no soy pecador no necesito entonces a Jesús. Por eso debemos doblar la rodilla y humillarnos, reconociendo nuestro estado. Dios sólo puede obrar en el corazón contrito.

En el evangelio de hoy escuchamos esta gran enseñanza de la misericordia de Dios en la forma de tres parábolas. Las tres nos expresan el amor misericordioso de Dios que se alegra cuando se recupera lo perdido. Mucho nos falta para aprender de Jesús. El cena y se reúne con pecadores. Nosotros los rechazamos y los condenamos. Como Pablo deberíamos reconocer que de los pecadores nosotros somos los más grandes. ¿Cuándo vamos a entender que para ir al cielo tenemos que ser como Jesús? ¿Cuándo nos va a entrar en la cabeza que Dios lo que quiere es nuestra salvación? Como Jesús debemos extender el amor, el perdón y la misericordia de Dios. Como Jesús debemos de continuar sin desfallecer nuestra misión de invitar a todos a nuestro alrededor a experimentar el amor transformador de Dios. Como Jesús debemos vivir nuestras vidas apegados a la voluntad del Padre, debemos vivir una vida de acuerdo a su voluntad para nosotros, consientes de nuestro llamado como hijos de Dios. Este pasaje, junto con las palabras del papa Francisco en la proclamación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia nos recuerdan que nadie está excluido del perdón de Dios. En esta semana y por siempre grábate en el corazón el hecho que Dios te ama y siempre te llama hacia él, y extiende este amor de Dios y su perdón hacia todos.

 

 

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