Velen Pues y Estén Preparados-1er domingo de Adviento

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Adviento es tiempo de espera, tiempo de preparación para celebrar con gozo la venida de Emmanuel, Dios con nosotros. Los profetas del Antiguo Testamento ya habían visto destellos de esta visión, del gozo mesiánico ante la venida del Salvador. El papa Francisco escribe en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el profeta Isaías:
Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: «Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo» (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: «¡Dad gritos de gozo y de júbilo!» (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en mensajero para los demás: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión, clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén» (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! ¡Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (49,13).
Aquí en nuestra lectura, tomada del capítulo 2 se narra la visión del profeta que sucederá al final de los tiempos. Se le denomina “era final” porque después de nuestra era no viene otra, sino la eternidad. Y con la venida de Jesucristo ya empezó esta era final, estos últimos días. Ya el profeta veía el llamado universal a la salvación: “Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos.” Dios llamo primero a este pueblo de Israel para que guiara a los demás pueblos. Esta ciudad de Jerusalén, capital de Israel, está en el centro de la historia de la salvación. La ciudad está situada en la parte alta, en una colina donde debemos ascender al encuentro con Dios.
Cuando venga Cristo en su gloriosa segunda venida, traerá paz y harmonía al mundo, ya no va a ver necesidad de armas: “Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas.” Se va a fundir el acero de las espadas para fabricar arados, y con las lanzas podaderas. Los instrumentos de guerra van a ser transformados en instrumentos para el cultivo del trigo y de la uva que nos dan alimento, que para nosotros se transforman a su vez en el cuerpo y la sangre de Jesucristo. La visión del profeta tiene anticipo en nuestros días para los que participamos del cuerpo y la sangre de nuestro Señor, esta santísima Eucaristía que es ya hoy en día prenda de nuestra salvación futura.
Termina la lectura con la exhortación al pueblo a caminar en la luz del Señor-el mismo llamado que repite Jesús, diciendo: “arrepiéntanse, salgan de la oscuridad de la maldad y entren en la luz,” esta luz que nos da Jesucristo que también nos dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”
El salmo nos habla de la alegría de estar en camino a la Jerusalén celestial: “que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!” Porque ahí encontraremos nuestra paz y alegría en el Señor.
En la segunda lectura San Pablo habla del tema de adviento que es la preparación. Ya estamos en la noche de la historia de la humanidad, la luz del nuevo día, de la nueva creación que Jesús viene a efectuar, ya esta cerca. Por eso, nos llama a la conversión: “Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz.” La luz de la estrella guiando a los Reyes Magos al recién nacido Jesús es un destello de la luz de Cristo. El apóstol nos invita a salir de la oscuridad de los vicios, del individualismo que nos impide ver las necesidades de los demás, y del consumismo. Acerca de esto, el Papa Francisco nos dice en Evangelii Gaudium:
“… múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.”
Este no es nuestro llamado, nos dice San Pablo, ya que nosotros los bautizados nos hemos revestido del Señor, nos hemos adentrado en su Misterio Pascual y estamos llamados a ser discípulos de él, siempre imitando su ejemplo de amor con los demás.
Ya en el evangelio, Mateo nos narra la predicación de Jesús que nos enseña que en su segunda venida vamos a estar como en tiempos de Noé: despreocupados, viviendo la vida como si nada, sin preocupar nuestra mente en las cosas verdaderamente importantes: hoy en día vivimos ocupados de todo, menos de las cosas del Señor. Nosotros los que creemos en Cristo debemos vivir preparados, sabiendo que vivimos en los últimos días. No entrando en un pánico porque se acaba el mundo, Jesús nos dice, “ustedes no saben que día regresara su Señor.” En esta temporada de Adviento, la Iglesia nos recuerda a poner la mirada hacia Jerusalén, hacia la venida de Jesús. En estos días los invito a que hagamos uso de este tiempo para acudir al trono de misericordia que es el sacramento de la Reconciliación. En muchas parroquias se van a dar misiones de adviento, que también son invitaciones a reflexionar en la espera de la Encarnación. Espera un poco antes de poner tus decoraciones navideñas, que todavía no es navidad, y aquieta tu corazón del espirito del consumo que nos impide entrar serenamente en el misterio de la Navidad donde Jesús viene a nuestro encuentro.
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