Vengan a mi los que están fatigados y agobiados-14o Domingo Ordinario

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“Vengan a mi los que están fatigados y agobiados” le decía Jesús al pueblo en aquel entonces, agobiados por la carga tan pesada de la ley que buscaba imponerles los fariseos. Pero aplica también para nosotros esta invitación, los agobiados por las dificultades de este mundo. Solamente en Jesús podemos encontrar el alivio que buscamos. Solo Jesús tiene el poder de decirte: “vete en paz, tus pecados te son perdonados.” Con el salmista y con Jesús oramos y bendecimos a Dios, pidiéndole la humildad necesaria para ver su revelación plena en Jesús, y también pidiéndole con san Pablo la gracia de vivir de acuerdo no a la carne, sino de acuerdo al Espíritu de adopción que hemos recibido.
La primera lectura proviene del profeta Zacarías, uno de los profetas menores que en los primeros ocho capítulos de su libro nos cuenta sus visiones alentando a los exiliados a reconstruir el templo en Jerusalén, mientras que los capítulos del 9-14 cuenta visiones del futuro distante donde naciones lucharían contra los reinos de Judá e Israel y los judíos serian redimidos por un mesías.
Zacarías nos muestra en la primera lectura una imagen que es signo de contradicción de la expectativa sobre el Mesías: iba a ser un mesías humilde y pobre – montado en un burro y no en un corcel. Con la venida del mesías ya no van a servir los instrumentos de guerra; los carruajes y los caballos, las armas son inservibles ante la paz que establece el Mesías.
En la segunda lectura Pablo nos habla de la transformación que se da para los cristianos al seguir a Cristo: ya no vivimos según la carne, que en este pasaje significa de acuerdo con mundo. No podemos vivir nuestra vida como viven los no cristianos: no podemos tomar ventaja de otros para salir adelante, no podemos promover cosas como el aborto como lo hace la sociedad, porque para nosotros toda vida es sagrada. Y lo que nos habilita a vivir de esta manera es el hecho que recibimos al Espíritu Santo en nuestro bautismo. La recepción del Espíritu y nuestra respuesta reflejada en nuestro comportamiento y nuestra fe son prendas del destino que nos espera: así como por el Espíritu Santo resucitó Jesús, también nosotros tenemos la esperanza de la resurrección como proclamamos cada domingo en el Credo.
Nos dice Pablo: no somos deudores de la carne – no le debemos nada. Si antes estuvimos atados a otra manera de vivir por el pecado, Cristo nos libera y nos sana. Ya no tenemos que caer en los mismos vicios, en los mismos pecados, el Espíritu Santo nos habilita a actuar como lo que somos: hijos de Dios por adopción. Si vivimos según la carne el resultado es la muerte. No hay un tercer camino, o seguimos a Dios y alcanzamos la vida, o vivimos de acuerdo con nuestros deseos y alcanzamos la muerte.
El mensaje del Evangelio de Mateo, un tanto relacionado con la segunda lectura, nos dice que confiando únicamente en el conocimiento humano no podemos reconocer la revelación de Dios. En este pasaje Jesús nos da una prueba de su divinidad: hay una igualdad de conocimiento entre Dios Padre y Dios Hijo: “todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.” “Vengan a mi los que están fatigados y agobiados” le decía Jesús al pueblo en aquel entonces, agobiados por la carga tan pesada de la ley que buscaba imponerles los fariseos. Pero aplica también para nosotros esta invitación, los agobiados por las dificultades de este mundo. Solamente en Jesús podemos encontrar el alivio que buscamos. Solo Jesús tiene el poder de decirte: “vete en paz, tus pecados te son perdonados.” Con el salmista y con Jesús oramos y bendecimos a Dios, pidiéndole la humildad necesaria para ver su revelación plena en Jesús, y también pidiéndole con San Pablo la gracia de vivir de acuerdo no a la carne, sino de acuerdo al Espíritu de adopción que hemos recibido.
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